Foto: Jeison Rodríguez – Estudiante del Curso Profesional de Fotografía 

Autor: Ing. Rigoberto García

La fotografía, híbrido de arte y ciencia y con nombre femenino, ha pasado taconeando para sentirse, y con su belleza imponerse, entre las artes visuales. Seductora, obliga al que dominarla quiera, a cumplir con el rigor disciplinario, preciso y técnico que toda ciencia exige, pero a la vez con la sensualidad, sensibilidad y esa ligera brisa, del delirio embriagador, que la artisticidad ha de uncir al artista.

Vistió de harapos en sus comienzos, solo de soslayo se notaba su presencia; pero ya seducía, porque tras los jirones de sus vestuarios se percibían sus inconfundibles, llamativos y misteriosos encantos. Era tan visionaria como una gitana, al ser capaz de mostrar lo que para las otras artes visuales se ocultaba; y con esa magia podía describir el momento preciso en que ocurría un suceso.

“Ha surgido la fotografía, ha muerto la pintura”, fue el clamor del pintor parisiense Paúl Delaroche al encontrarse con ella en el 1839. Hoy se ven pintores, diseñadores y dibujantes, llevando pínceles y escuadras en sus diestras manos y cámaras fotográficas en sus siniestras extremidades superiores.

Temida por los amantes infieles, peligrosos asesinos, y toda clase de rufianes, es amada por famosos artistas, destacados deportistas y por los hombres de ciencia quienes no pueden separarse de ella y la han llevado a conocer los planetas, el centro del átomo y las interioridades de cuerpo humano.

Curiosa y paciente, pregonera, calculadora y a veces fría, observa los acontecimientos para después describirlos paso a paso sin omitir detalles. Pero a la vez, su dominante presencia le permite ahogar los movimientos más bruscos y rápidos, dominándolos hasta congelarlos.