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La música debe suplantar lo que los actores no alcanzan a decir

Las bellas artes rodean al mundo, dan la vuelta y siguen su recorrido. Si bien es cierto que en las ciencias encontramos soluciones funcionales y factibles para acomodar algunos problemas o situaciones de la sociedad, es imposible negar que en las artes podemos encontrar soluciones para incomodidades que van más allá de lo terrenal y tangible: encontramos cura para el alma. Hoy hablaremos un poco del momento en el que dos de estas hermosas artes se encuentran: la música en el cine.

Inicialmente, el cine presentaba fallas en sus primeros años. El proyector solía hacer ruidos muy fuertes que molestaban un poco a los espectadores, por lo tanto una solución factible para muchos propietarios de cines fue contratar a un músico para opacar el desagradable sonido.

Fuera piano, pianola u órgano, el objetivo era cubrir los molestos ruidos para poder amenizar un poco a los asistentes. Algunos dueños con mejor capital llegaron a contratar orquestas para que las imágenes fueran acompañadas por música agradable. Estas solían improvisar según lo que apareciera en pantalla y así ir adaptándose poco a poco con lo que los espectadores veían.

Fundamentalmente, podemos percibir que la música ha funcionado como un elemento muy importante a la hora de ver una película, pues está comprobado que es más sencillo entender y mantener la atención en las imágenes proyectadas con musicalización de fondo que en absoluto silencio.

Con el paso del tiempo, las melodías cinematográficas fueron evolucionando a un nivel en el que comenzaron a expresar emociones, sentimientos y hasta las mismas personalidades de los actores de las obras. La idea comenzó a transformarse entonces en poder transmitir los sentimientos que las imágenes no lograban enviar a los espectadores, a través de un idioma tan universal y hermoso como lo es la música.

Se sabe que la primera Banda Sonora Original en la historia del séptimo arte (de la que se tiene constancia, claramente) fue la de la película francesa El asesinato del Duque de Guisa (André Calmettes/Charles Le Bargy, 1908) compuesta por Camille Saint-Saëns.

Normalmente la música suele ser una composición propia del film, aunque no es raro encontrar piezas musicales “prestadas” de otros medios (pueden reproducirse tal cual o realizarse distintas adaptaciones de la misma). Toda melodía tiene un objetivo e intención, ya sea para expresar sentimientos que impliquen mejor al espectador, brindar continuidad a la proyección o generar un ambiente propio del film (mismo que puede transportarnos a otro lugar o época). La música es un lenguaje universal, ya se dijo esto.

Bernard Herrmann (un famoso y aclamado compositor, autor de bandas sonoras de Citizen Kane y Taxi Driver) una vez dijo: “la música debe suplantar lo que los actores no alcanzan a decir, puede dar a entender sus sentimientos y debe aportar lo que las palabras no son capaces de expresar”.

La importancia de la música en el cine es gigantesca, pues cada vez que nos sentamos a ver una película, su musicalización debe ser perfecta para que logre conectar con nosotros como espectadores, nos llene de emociones y nos permita recordar sensaciones, así como contextualizarnos dentro del argumento.

Por ello, escoger o componer la música para un largometraje es una tarea de sumo cuidado, pues una escena o secuencia con distintas melodías pueden ser cosas completamente diferentes a pesar de mostrarnos exactamente las mismas imágenes.

No por nada en la actualidad las salas de cine o los equipos de sonido en casa poseen una calidad sonora impresionante, pues acompañar las proyecciones con música de alta definición es muy importante para mantener la experiencia en su máximo nivel.

En este punto, donde dos hermosas artes se juntan, podemos comprobar lo que en un inicio se comentó: las artes son cura para el alma. La música en el cine es muy importante, pues, nos cura el alma dos veces.

Autor: Sebastián Gutiérrez.

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